Los imposibles del 2015

Recibí este 2015 en casa, en mi ciudad, con la familia.

Cada inicio de año ha significado para mi una nueva oportunidad. Imaginé que este año sería algo así como caminar por un camino trazado. Algo que cómodamente pudiera recorrer, sin más esfuerzo que caminar.

Pero terminé descubriendo un camino, que fui abriendo poco a poco.

Este año me aprendí. No sé si eso se lee o suena entendible.

Me aprendí vulnerable e impotente. Me conocí débil y confundida. Descubrí lo que era sentirse vencida.

Tal vez si hubiera un límite para soñar, no dolería encontrarse con la difícil realidad.

Encontré mi sueño más grande desnudo frente a un mundo que se disfraza de bondad y de «ganas de ser mejor».

Nadie me lo dijo, nadie me dijo que era tan difícil. Me dijeron que necesitaba estudiar, leer, admirar la cultura, conocer gente interesante, trabajar. Esos eran los requisitos para alcanzar el éxito.

Bastante parecido a lo que le dijeron a aquel pequeño que dibujaba boas que se comían elefantes:

«Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor […]

Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendí a pilotar aviones. He volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.»

Pero yo quería construir, y para construir algo tan grande como mi sueño, necesitaba muchas manos. Encontré algunas que juntas lograron algo, algo que otras poco a poco fueron desgastando.

Y un día descubrí que mis manos no construían más. Y renuncié a mi trabajo. Con el temor también de haber renunciado a mis sueños.

Volví a casa, perdida un poco, vencida más.

Y una llamada telefónica me trajo de regreso, a un nuevo reto.

Dudé un poco, luego dudé menos. Después de todo los sueños son como el amor, irrenunciables.

Y con el inicio del nuevo reto, me descubrí de nuevo.

Más fuerte ante la adversidad. Más firme ante ese mundo con disfraz. Quizá un poco más valiente.

Me he aprendido como líder de un grupo maravilloso y diverso de personas que terminan todos los días enseñándome algo nuevo. He descubierto su carácter, su firmeza al tomar decisiones. Su potencial de construir algo mejor.

Me he descubierto firme en mis conocimientos y criterios. Y en mis principios, lo que termina doliendo algunas veces, especialmente cuando toca nadar contra la corriente.

He hecho una presentación ante una Ministra de Salud a la que admiro muchísimo (Carina Vance), y salió bien, porque creí. Creí en lo que decía, en lo que sentía y en el trabajo hecho.

Y aunque a veces me duele y lloro. Aunque otras pierdo la esperanza y la valentía de luchar por aquello que resulta imposible. Y otras tantas veces me miro al espejo y me digo «es imposible». Otras recuerdo el camino recorrido hasta aquí. Y entonces vuelvo a creer que es posible.

Así que este año que viene, será también de lo imposible, «porque de lo posible se sabe demasiado».

Esta noche también la paso en casa y con la familia. Esta familia nueva que me ha regalado este año. La Suca que es la hermana de otra madre de mi hermano, mi hermano y yo. Y la tarde la pasé con la otra nueva familia, la familia laboral.

 

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