¡Adiós, 2018!

Despido este año haciendo algo que solía hacer y que he dejado de lado, escribir.

El regreso de España solamente fue el inicio de una etapa que en lo emocional me demandaría más esfuerzo del imaginado. Reencontrarme, readaptarme y aprender a vivir con aquel vacío que a uno le queda una vez que se deja algo de vida en otro lugar.

Aceptar nuevos retos, nuevos caminos, nuevas historias.

Me prometí que en este año correría mi primera carrera oficial, y así lo hice y fue un momento maravilloso de mi vida. Y seguí corriendo un poco más. Algunas veces me detuve y volví a empezar. También me he permitido eso, empezar tantas veces sean necesarias.

Tuve compañeros de trabajo maravillosos, que ahora son amigos. De ellos aprendí mucho más que lo que representa el valor de p y cómo escribir la introducción de un paper. Nos reconocimos imperfectos y aprendimos a compartir para intentar ser mejores, creo que en algo avanzamos.

Aprendí a ser profe de 35 futuros colegas, que me cambiaron la vida y a los que espero ver como internos en el 2019.

Encontré un lugar maravilloso donde puedo ser tan feliz y libre, La Estación Quito. Y cuando pensé que ese ya era bastante regalo, encontré a La Madame. Luego, DavidDiego y Lucho se convirtieron en esos entrañables amigos con los que he compartido tragos, cafés y libros.

Karla y Mateo me hicieron crecer en esto de la labor de ser madrina. Si de esfuerzo se trata, ella es la maestra y me hace amarla y admirarla tanto porque la veo intentar hacer realidad su sueño de ser psiquiatra y ser la gran mamá de Mateo, el bollo. Él, por su parte me ha puesto a prueba en las destrezas de cuidar, jugar, cantar La Vaca Lola, cambiar pañales en segundos y bañarlo cuando nunca antes bañé a otro enano.

Volví a leer con la misma alegría que antes, solamente por el mero placer de leer y disfrutar.

Escribí la última carta a mano.

Algunos amigos se fueron y otros llegaron y entendí que la amistad es eso, una puerta abierta. Que «uno solo conserva lo que no amarra». Y aunque al inicio duele mucho, luego todo pasa y queda el buen sabor de lo vivido.

No recuerdo un año tan difícil emocionalmente desde aquel que tuve en el 2010.

Lo más duro ha sido aprender que no siempre pertenecemos a un sitio y que forzarnos a encajar resulta desgastante y doloroso. Irse también es de valientes, aunque la desilusión nos acompañe en algunos tramos del camino. Luego, sanar será cuestión de tiempo.

Este año ha sido un intento permanente de soltar y siento que la misión no se ha completado. Quizás es por eso que García Lorca escribió, eso de que «cuando las cosas llegan a los centros no hay quien las arranque», tal vez.

Pero sobre todo, este año me ha enseñado algo que nunca antes pensé: el valor de un año no está en la felicidad sino en cuánto hemos aprendido, aunque no hayamos sido felices. Y este año me ha enseñado  mucho, a golpes y caídas he aprendido lo que no quiero ser y aunque ha dolido mucho, lo tengo más claro que nunca.

Así que en el proceso me he replanteado cosas, aquel futuro que imaginé tan certero hasta hace dos años hoy se acompaña de aquel principio de incertidumbre.

La vida es de reencuentros, eso incluye hacer y deshacer planes. Pero este año nuevo, volveré a España así sea por vacaciones, esa es por ahora mi única certeza.

¡Salud!

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