ser médico

Es posible que durante el proceso de formación médica, en algún momento nos hayamos encontrado con aquel texto en el que Esculapio le pregunta a su hijo si quiere ser médico. El escrito termina siendo una dura confesión sobre lo que implica asumir el papel de profesional sanitario en la sociedad, sin importar la época en la que estuviéramos, sus palabras son certeras, sobre todo cuando dice: “Tu vida transcurrirá como la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas”.

Entre colegas sanitarios es muy común que nuestras conversaciones giren entorno a historias de nuestra vida profesional, historias que nos resultan gratificantes y otras tristes. Así nos descubrimos impotentes ante el dolor o a lo inevitable, la muerte, que sin piedad nos han mirado tantas veces a los ojos.

¿Dónde quedan las historias de aquellas vidas que tocamos?, porque las vidas se tocan, se sienten, se palpan, creería yo. Es por eso que la profesión sanitaria involucra más que aquello que está escrito en los libros. Porque cuando duele el cuerpo, la ciencia ayuda, pero cuando duele el alma, ¿cómo la aliviamos?

John Sassal era el médico rural de una comunidad inglesa. Es posible que nunca nos hubiéramos enterado de su vida si Jhon Berger no hubiera llegado a su consultorio en busca de aliviar su dolor.

Cuán hondo calaría Sassal en la vida de las personas de su comunidad, que un día, uno de los amigos de Berger, paciente también de Sassal, le pidió que escribiera un libro sobre aquel médico rural. “Tú sabes que este hombre es notable”, esa sería la razón de peso para escribir sobre alguien que todos los días dedicaba su vida a ser médico; sin embargo, aumentó más peso a su petición y le dijo: “pero un día nadie sabrá de él. Su bondad tendrá consecuencias, por supuesto, pero a menos de que escribas sobre él, los detalles específicos de su vida y su actitud desaparecerán”. [1] Un hombre afortunado es un libro que se publicó en 1967, luego de que Jhon Berger (escritor) y Jean Mohr (fotógrafo) acompañen a Sassal en su labor diaria como médico.

Aunque han pasado 52 años desde aquella publicación, Berger logró que aquel médico rural no desapareciera, sino que se quedara para siempre. No son la bata y el estetoscopio los que hacen que Sassall sea inolvidable, sino todo aquello que está detrás de estos instrumentos tan característicos de su profesión. Son el ser humano y su vocación de servicio, su interés por la comunidad, su vida más allá de lo que Esculapio profesaba, más allá de la muerte y el dolor.

Qué interesante resulta observar a los profesionales sanitarios desde los ojos de aquellos cuya profesión no se vincula con la salud. Es posible que nuestros no colegas sean menos estrictos que los sanitarios, que casi siempre nos juzgamos por el prestigio, el éxito de nuestras intervenciones y las publicaciones en revistas de alto impacto, mientras que aquellos que no son nuestros colegas hurgan en los seres humanos que somos mientras luchamos por preservar la salud de aquellos que nos la han confiado.

Sin embargo, es importante mirarnos, por ejemplo, como lo ha hecho Henry Marsh en Ante todo no hagas daño.

Marsh, un prestigioso neurocirujano británico a punto de jubilarse, decide hacer un análisis del camino recorrido durante su práctica profesional. Su libro resulta ser la compilación de varias historias escritas a lo largo de su carrera, que terminan como una confesión del ser humano detrás del bisturí. Descubrirse imperfecto en la toma de decisiones, los errores, las vidas salvadas y las golpeadas. La mayor confesión de todas posiblemente es: “Saber cuándo no hay que operar es tan importante como saber operar”.

Primum non nocere es una frase que conocemos mucho en el ambiente sanitario, representa el compromiso que asumimos, uno de los tantos que asumiremos durante nuestras actividades profesionales, pero seguro el más importante.

La sensación de acompañarlo durante cada historia, en sus conversaciones con sus pacientes, sentir el temor que él siente al hablar con los familiares de los mismos. Casi tomar el bisturí sobre nuestras manos, abriéndonos paso por aquel universo que es el cerebro. Sentirlo colega, ser colegas.

Evidentemente la práctica sanitaria nos exige compromisos importantes frente a la sociedad. Velar por la salud y la calidad de vida de quienes nos eligen es un deber que asumimos sin titubear.

Son las vidas las que se transforman, no solamente la de los que acuden a nosotros con el afán de aliviarse sino las nuestras que palpan los cuerpos y las almas. Son las historias vividas diariamente las que nos emocionan, nos marcan para siempre y nos inspiran a ser mejores.

“Se dice que con el tiempo los ordenadores terminarán diagnosticando mejor que los médicos” (Berger, 1967).

Hace cincuenta y dos años ya se sospechaba que la tecnología podría quitarnos aquello tan valioso de la profesión sanitaria, que es el vínculo entre el profesional y el paciente. El compromiso será seguir palpando las historias, aliviando los dolores, celebrando la vida, solamente así seguiremos siendo mejores que todo aquello que la tecnología ofrece, porque como dice Gregorio Marañón: “Solo se es médico con la idea clavada en el corazón de que trabajamos con instrumentos imperfectos y con medios de utilidad insegura, pero con la conciencia cierta de que hasta donde no puede llegar el saber, llega siempre el amor”.


Bibliografía:

[1] Traducido desde el inglés.
  1. Berger, J. (1967). Un hombre afortunado. Barcelona, España. Alfaguara.
  2. Francis, G. (7 de febrero de 2015). John Berger’s A Fortunate Man: a masterpiece of witness. The Guardian. Recuperado de: https://www.theguardian.com/books/2015/feb/07/john-sassall-country-doctor-a-fortunate-man-john-berger-jean-mohr
  3. Marsh, H. (2016). Ante todo no hagas daño. Barcelona, España. Salamandra.
  4. Reverte, J. M. (1983). Las fronteras de la medicina. Límites éticos, científicos y jurídicos. Madrid, España. Ediciones Díaz de Santos.

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